jueves, 18 de junio de 2009

Lagañas de perro


Cuando algo acabó, yo supe que así debía ser, pero me quedó en la boca un sabor, una amargura. Comencé a vacilar, como vacila un viejo árbol carcomido por el comején bajo el embate del viento. Varias lunas pasaron en las que el alcohol y el humo saturaron cada una de mis células. Anduve calles que no recordaba y otras que nunca antes recorrí. Mis pies pisaron suelos y baldosas, y mis oídos escucharon músicas y voces que no habían querido escuchar o pisar antes. La ciudad resurgía ante mí, despierta ahora abruptamente después de permanecer en el letargo al que yo la había sometido. Volví a conversar con los mismos borrachos y a escuchar y a emitir las mismas groserías y juicios sobre la vida. Sentí de nuevo los abismos a lado y lado del camino y a la muerte pincharme el culo para que avanzara. Al final del camino veía a mis ancestros, donde la muerte dejaría de pincharme.

Una noche algo alcohólica, conversando con algunas personas en un parque oscuro y solitario, alguien dijo que por ahí decían que si una persona se echaba lagañas de perro en los ojos podía ver los muertos, y explicaba que cuando los perros ladran al vacío, y ladran como asustados, y se erizan, es porque están viendo un muerto, un espanto, que anda caminando por ahí o mirando desde alguna parte. Las mujeres que había esa noche en aquel parque soltaron una risita nerviosa, porque todas habían visto cómo los perros le ladran al vacío. Los hombres se entusiasmaron y hablaron de cómo se vería a los muertos andando por las calles de la ciudad, y se imaginaron decapitados, ahorcados, mutilados, abaleados, apuñalados, caminando por parques, iglesias, oficinas; y yo me imaginé viejitos y niños en balcones y ventanas familiares, a un negro lustroso lleno de heridas arrastrando cadenas por la avenida del río, a un ciclista con la cara destrozada, a una con un vestido de novia y las muñecas ensangrentadas, a uno flaco, barbado y sucio, que se murió de hambre en alguna alcantarilla, a un suicida con su escopeta al hombro... hasta que una de las mujeres me puso freno: “ya, ya, que esta noche no puedo dormir”. Ella decía haber visto, en su cuarto, al despertar súbitamente, a una niña jugando con una muñeca. Y entre risas y burlas cambiamos de tema. Yo siempre al principio lo tomé a cosa de chiste.

Cuando al otro día en la mañana mi perrita Lilit se montó en mi cama y comenzó a lamerme para despertarme, recordé lo de las lagañas de perro, y luego, con un poco más de esfuerzo, lo que pasó en el resto de la noche. Me levanté normal, sin mucha pereza ni guayabo, me bañé, vestí, tomé un café y salí a dar un paseo junto con la perrita y un libro. Como Lilit, una perrita negra y lanuda de raza heterogénea, no se separaba de mi lado al andar por la calle, ese día yo la saqué sin cadena. Cuando me sentaba en alguna parte, ella se echaba pacientemente bajo mi silla o a mis pies, a esperar. Yo le di agua, y le compré pan y salchichón. Ese día le miré las lagañas a Lilit toda la mañana, las lagañas pequeñas y negras que siempre, casi ignoradas, habían acompañado su faz, y sentí una curiosidad grande, de esas que no pueden caber sino dentro del pecho de un imbécil... y en la noche, con mi dedo índice, le quité la lagañita del ojo derecho a Lilit y me la puse en mi ojo izquierdo, justo ahí donde salen las lagañas. Suavemente empujé la lagaña dentro del ojo, cerré el párpado y la restregué como mejor pude hasta que dejé de sentirla. La perrita se había quedado ahí contemplando la escena, esperando cualquier caricia. Yo la sobé y no sé porqué le di las gracias, y cuando ya con mi índice me disponía a quitarle la lagaña del ojo izquierdo, súbitamente sentí espanto y a mi cuerpo lo recorrió un escalofrío que puso de punta todos los vellos y pelos de mi cuerpo. ¿Qué estaba haciendo yo? ¿Qué sabía yo de los muertos? ¿Qué quería saber? La perrita se erizó, ladró unas cuantas veces y salió corriendo. Esto aumento mi confusión, mi terror, y empecé a pensar que había hecho una cosa tonta. Un rato después ya estaba calmado. Miles de consejeros acudieron a mi mente; llegaron con palabras de la ciencia que niega a los augures, y hablaron mal de la superstición, y argumentaron que a lo sumo, alguna enfermedad en el ojo producida por un agente biológico patógeno externo al organismo, y que menos mal no habían sido los dos ojos. Con pensamientos análogos me dormí esa noche, casi riéndome de mi terror repentino ante la perspectiva de ver a los muertos y, debo confesarlo, con cierta esperanza, bastante vanidosa, de ver lo que los otros no ven, y de ver a aquellos que nos han precedido en este mundo y en lo que algún día, tal vez muy lejano aún pero inexorable, nos convertiremos todos: muertos.

Al otro día desperté con las primeras luces. Tuve una noche plagada de sueños confusos, inaccesibles para la memoria, y me levanté agitado. El chorro de agua caliente de la ducha me trajo alivio, y mi cuerpo tenso y como encalambrado por las malas posiciones mientras dormía se relajó. El recuerdo repentino de las lagañas de Lilit me lo volvió a tensar y salí de la ducha para pararme frente al espejo. Mi ojo izquierdo estaba un poco enrojecido, pero el derecho también, así que no le di importancia. Abrí el párpado con mis dedos y miré el globo ocular, el fascinante globo ocular: nada raro. Cuando me relajé, me rascó. Entonces me rasqué un poco, con suavidad, y me siguió rascando, y entre más yo me rascaba más ganas de seguir me daban y de hacerlo con más fuerza. Me detuve a pensar y rápidamente me decidí a ir donde un médico. En el hospital, tras diligenciar un buen rato, me mandaron donde un oftalmólogo que después de un breve chequeo y unas breves preguntas con breves respuestas, me recetó unas gotas y me mandó para la casa. Cuando estuve en el baño de mi casa me miré en el espejo y me di cuenta de que tenía el ojo izquierdo un poco más rojo que el derecho y ansioso me eché las gotas que había comprado en la farmacia del hospital. Me ardieron como si me hubieran echado limón y tomé eso como señal segura de que las gotas matarían la enfermedad que se pudiera estar gestando.

Tres veces al día, todos los días, me eché las gotas concienzudamente, restregándolas bien por todo el ojo, moviendo éste de un lado a otro y de arriba abajo con el párpado cerrado. Sin embargo noté que el ojo izquierdo estaba siempre un poco más enrojecido que el derecho y esto me mantenía muy preocupado. ¿Qué clase de enfermedad ocular se me había contagiado? Y en tres semanas visité dos veces al mismo oftalmólogo y una vez a uno diferente, más prestigioso. Y los dos dijeron que no pasaba nada, que me siguiera echando las gotas, que lo del ojo enrojecido no era nada raro, que no me rascara y listo (pero yo no me rascaba, ya no sentía rasquiña en el ojo, y los médicos parecían no creerme y atribuir el enrojecimiento a que yo me lo frotaba con la mano, aunque fuera dormido y sin darme cuenta). Yo, por estar tan preocupado por la enfermedad, médicos, hospitales, farmacias, dinero y cura, olvidé para qué había embadurnado mi ojo con una lagaña de perro; pero no tardé en recordarlo.

Lo de los rincones oscuros fue el primer síntoma. Al principio no le di importancia, porque era sutil, pero a medida que pasaban los días y se iba haciendo más fuerte, evidente e innegable, no tuve otra opción que empezar a pensar en las lagañas de Lilit y en su efecto sobre mi. Lo que comenzó a pasar fue esto: de algunos rincones oscuros, que algunas circunstancias hacían más oscuros, me atacaban oleadas de pánico, y se me erizaban los pelos, y se me tensaba el cuerpo. Duraba sólo un momento, unos segundos largos como horas. Y aunque parezca extraño que lo diga de esta manera, eso era justamente lo que pasaba: el pánico, desde un rincón oscuro, se me venía encima, y yo sabía que el pánico venía precisamente de ese rincón, no venía de ninguna otra parte, estaba localizado. Y comencé a temerle a los rincones oscuros y mantenía las luces de mi casa encendidas toda la noche, hasta mientras dormía, porque cada vez que me pasaba eso me parecía más impresionante, y siempre después se me descomponía el ánimo, me poseía una exasperante angustia y el terror más grande que se pueda concebir. ¿A qué le temía? A aquello que se agazapaba en la oscuridad y que parecía esperar el momento para lanzárseme encima y destruirme. A aquello que hacía que mi cuerpo reaccionara de una forma tan brutal, como si presintiera el peligro más grande, como si sintiera a la muerte acechando. Y esto me pasaba en todas partes, donde yo menos lo esperaba había un rincón propicio para que me pasara. Por esto me recluí en casa.

Empezó con los rincones oscuros, pero en dos semanas ya no importaba la luz o la oscuridad, ni que fuera un rincón o un corredor o un espacio más o menos abierto, el pánico aparecía de repente y la detestada sensación post-trauma amenazaba con ahogarme. Lilit ladraba y se erizaba al unísono mío, mirando siempre en la misma dirección que yo. Fue entonces cuando dejó de serme útil la reclusión, pues me veía atacado repentinamente en el baño, en la cocina o en mi habitación, dos, tres, cuatro y hasta cinco veces por día... y una mañana decidí salir. Fui a dar un paseo por la plaza bajo un sol tibio que me pareció de lo más reconfortante. Volvía a ver personas en dos semanas y me sentí ligero, casi afable, al contemplar el paisaje de árboles, palomas y gente, unos quietos, otros moviéndose, mientras la luz de un sol tibio iba bañándolos a todos. Entré a una cafetería al lado de la iglesia y me senté a mirar a los parroquianos en sus ires y venires. Anhelaba la normalidad que ellos ostentaban a cada paso, en cada bolsa de mercado o maletín, en cada sonrisa y en cada saludo a cualquier coterráneo. ¿Qué había hecho yo con mi vida? No tenía refugio contra el pánico por lo que nunca podría volver a ser como ellos son. Mientras reflexionaba de este talante me acometió la sensación de terror absoluto y se me pararon todos los pelos del cuerpo cuando vi salir de la puerta del baño a una niñita en harapos, con ojeras y con el pelo muy rubio y muy largo, casi hasta las rodillas. Pensé que era una niña de la calle, de esas que tanto ve uno por acá, pero ¿porqué mi terror?. Al no poder explicármelo y sintiendo cómo el pánico persistía, hice un esfuerzo titánico y miré a otra parte. Aún sentía que la presencia de la niña estaba allí y que casi halaba mi cara para que la mirara de nuevo, Cuando así lo hice, me sorprendí al ver una bruma densa ahí donde hacía sólo unos segundos estaba la niña. La bruma no me causaba tanto temor como la niña, pero aún así la sensación de pánico no me abandonaba. De pronto la bruma se deshizo como si hubiera entrado una corriente de aire y yo pude relajarme. Nunca antes había tenido un experiencia que durara tanto tiempo. Asustadísimo, salí casi corriendo de la cafetería y me dirigí a mi casa, donde tras cerrar, le eché llave a la puerta, ingenuamente pensando que tal vez con este acto podría dejar afuera a los muertos.

En casa me puse a reflexionar en todo lo que me estaba pasando y tras dar vueltas y vueltas entorno a los mismos pensamientos, se me ocurrió lo que me pareciera una brillante idea: me puse un parche en el ojo izquierdo, pues deduje que todo tenía su origen allí. Lo hice con un esparadrapo y una tela blanca que le arranqué a unos calzoncillos. Cuando me miré en el espejo me alegré de que el parche diera la apariencia de tener un objetivo clínico, como proteger el ojo después de una operación, o a causa de una infección. Cualquier eventual explicación sería algo sencillo. Ya en las horas de la tarde salí a la calle a comprar víveres pues en casa ya no había nada que comer; también fui a la farmacia y compré microporo y gasa, para hacerme un parche mejor. Me sentía seguro con el parche en el ojo por lo que decidí dar una caminada corta y hacer un rodeo por las calles antes de llegar a casa. Faltando una cuadra para llegar sentí una sacudida súbita, y un pánico como nunca antes había sentido me obligó a mirar hacia atrás. Sin saber qué hacer y sin poderme quitar la sensación de encima, traté de mirar hacia otro lado, pero no pude, y entonces, desesperado, me quité de un tirón el parche, aterrado ante la posibilidad de tener un peligro inminente en mi presencia sin yo poder verlo pero sabiendo que ahí estaba. Lo que vi fue espantoso: era un hombre joven todo ensangrentado, sólo le quedaban unos cuantos mechones de pelo largo, parecía que le hubieran arrancado la nariz y cortado los párpados y los labios; faltaban los dientes en su boca y las uñas en sus pies y sus manos; numerosas heridas en su dorso bañaban en sangre el lugar donde debieran estar sus genitales. De pronto se volvió niebla, niebla densa y lechosa y yo sentí cómo desaparecía una carga abrumadora y pude contemplar, como un observador y sin pánico, cómo la niebla se desplazaba y se iba retirando hasta, repentinamente, desaparecer. Di unos pasos en dirección a mi casa sin comprender mucho y en cierto sentido tranquilo, pero me vi obligado a detenerme pues otra sombra-niebla cruzaba mi camino, a siete u ocho metros, y penetraba en una casa. Me maravillé, naturalmente, y no dejé de notar que no me había asustado en absoluto al verla, aunque sí se habían levantado los pelos de mi coronilla y los vellos de mis manos.

Si desde el principio de mi vida yo hubiese visto a los muertos, es cosa segura que en la escuela me hubiesen puesto apodos como cuero e pollo, o gallineto o alguna cosa por el estilo, porque desde que empecé a verlos es casi el estado natural de los vellos de mis manos el estar erguidos. Aquella noche, en mi habitación, vi muchas sombras-niebla, que pasaban por entre las paredes, y parecían ir de casa en casa, y mirando por la ventana vi cantidades, y cada que alguna sombra-niebla pasaba demasiado cerca de mi, se me erizaban los pelos de las manos y la coronilla y cuando se quedaban quietas en mi habitación Lilit comenzaba a ladrarles hasta que se iban. En esa primera noche yo no pude salir de mi asombro. No sentía ya miedo sino asombro. ¡cuantos muertos deambulando por ahí, compartiendo el espacio con los vivos!. Desde esa noche en adelante todo fue así: muertos aquí, muertos allá, muchos muertos acullá. Puedo asegurar que hay muchos más muertos que vivos (muchísimos más) en cualquier parte, sea donde sea. A veces uno puede ver a una persona que va caminando, y detrás de ella vienen dos, tres o más sombras-niebla, que parecen afanarse en torno a él; y aunque yo nunca he escuchado que las sombras-niebla digan una palabra, ellas parece que le hablan a la gente porque a menudo las personas que tienen varias sombras-niebla constantemente alrededor suyo son personas que tienen ideas ingeniosas (aunque a veces, hay que decirlo, no son tan ingeniosas sino más bien estúpidas) y se les ocurren estas ideas precisamente cuando una sombra-niebla se les acerca hasta dar la impresión de tocarlas.


Al principio lo consideré un don especial, y pensé que le podría sacar provecho. Intenté comunicarme con ellos, para ¿quién sabe? tal vez consolar a alguna viuda o a un amante destrozado, pero todos mis intentos fallaron. Los muertos no tenían interés en comunicarse conmigo. Entonces empezó la desazón: mi don consistía en ver; nada más en ver, sin entender qué era lo que en realidad pasaba, ¿porqué no se habían ido como lo hicieron sus cuerpos y sus pertenencias? ¿porqué seguían empecinados en habitar en el mundo, jugando su papel imperceptible pero imponderable sobre los destinos de los vivos? ¿Quiénes eran todos aquellos, o quiénes habían sido? ¿iría yo también a deambular por el mundo después de muerto? (Esta perspectiva me pareció aterradora). Sin embargo la desazón no se produjo exclusivamente por este tipo de preguntas que parecían sin respuesta, sino también por algunas cosas que pude ver:


Los muertos conservan muchos de los rasgos de los vivos. Por ejemplo, los muertos son vanidosos, y les gusta impresionar. Yo he visto muertos hacer apariciones fortuitas a personas. Uno ve que la sombra-niebla se hace más densa y turbulenta, y le mira la cara a la persona que está enfrente de la sombra-niebla, y sin mucho esfuerzo deduce uno que la persona está viendo un espanto. Y lo que pasa es que los muertos cuando se aparecen son vistos como más pueden parecer aterradores a quien los ve; y en una sola aparición dos o tres personas ven un espanto diferente. Ellos en realidad no tienen forma, la gente los ve como en el fondo quiere verlos. Aunque a veces son sensatos, y se aparecen, sin asustar, en la forma en que fueron en vida, para despedirse o alertar a un ser querido que aun vive sobre algún peligro. Otra de las cosas que me produjeron mucha contrariedad fue la certeza de que muchos muertos no buscan nada, ni parecen tener misión. A menudo los llamo para mis adentros la imagen de la aburrición eterna. ¿No es acaso triste que tras la muerte sólo esté la aburrición?. Aunque también hay muertos codiciosos, iguales a como fueron en vida. Se escucha mucho hablar a las personas de casas en las que tras repetidas apariciones se encuentra un entierro con oro o cosas de valor. La gente dice que el muerto les mostró donde estaba el tesoro para poder irse a descansar al cielo o a quien sabe dónde, pero a mi me consta que esto no es cierto, sino que el muerto se aparece para aterrorizar a aquellos que puedan saquear su tesoro, y una vez lo encuentran, el muerto no descansa sino que (¿cómo decirlo?) se parte en mil trozos, y cada uno persigue a una parte del botín, sin cansarse nunca, hasta el fin de los tiempos.

Muchos años he visto vivos y muertos por donde voy, y no puedo evitar compadecerme de unos y de otros. En realidad yo no sé a cual de los dos reinos pertenezco ahora, más bien creo que en realidad sólo hay un reino y que este reino tiene una pequeña frontera interna, una tenue línea que define los términos de la existencia. Tampoco sé si yo ya he cruzado o no esa línea; poco me importa, la verdad, estar en un lado o en el otro, si de todas maneras voy a estar en la misma parte, eternamente, atrapado y sin opción de escape.

Sep 27 y 30 de 2004

7 comentarios:

  1. saves amigo lo unico q puedes haser es pedirle a dios q te de una oportunidad de poder quitarte ese poder ya q no t sirve de nada el ternerlo ademas solo dios save por q se los da ese gran don a personas y tengo una prima q tiene ese don por naturaleza pero no le gusta y es algo feo saves espero q dios te ayude q dios te bendiga

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  2. bueno como tu mismo haz dicho no se puede romper es un pacto por asi decirlo de por vida tienes un don y ala vez una maldicion yo poseo el mismo don que tu pero de herencia de mis tatarabuelos ami bisabuelos y asi hasta mi persona bueno solo aprende a vivir con ello y si ai algo no es que no se quieran comunicar contigo es qu aun no te sientes preparado nunca busques un proposito solo deja que vengan a ti !!

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  3. tengo en mente hacerlo me interesa mucho lo q pase y soy conciente de todas las consecuencias q trae solo quiero saber si la infeccion sano

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  4. Yo al igual q tu veo espíritus aveces, pero no los veo siempre quisiera poder ayudarlos pero me da miedo, pero sólo los veo aveces nose q será, también teng sueños q se cumplen.. Todo es muy raro y difícil d explicar... Les dejó mi número x si me quieren ayudar a descifrar q es.. 934 1216386 soi d tabasco

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  5. quisiera ponerlo en practica me interesa mucho. pero la pregunta es si gracias a ello adquieres alguna enfermedad a los ojos?

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  6. quisiera ponerlo en practica me interesa mucho. pero la pregunta es si gracias a ello adquieres alguna enfermedad a los ojos?

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