lunes, 31 de enero de 2011

Aparte de lo sucedido entre el cruelísimo tirano Lope de Aguirre y Pedrarias de Almesto

Estaba el cruelísimo tirano Lope de Aguirre una tarde de Enero en la célebre isla de los Bergantines, recostado contra el tronco de un gigante roble, sentado sobre la hojarasca que hacía poco era el techo de palma de una choza, leyendo, no sabemos cómo porque faltaban más de cincuenta años para que pasaran por la imprenta, una de las Novelas Ejemplares de Cervantes: La Gitanilla. Hacía algunos años que su vista le fallaba y tras pocos minutos, las letras abigarradas le bailaban frente a los ojos. La humedad y los hongos, para acabar de ajustar, estaban deteriorando rápidamente el papel, y como el tirano (aunque aún no lo tenían por tal) solo podía leer unos pocos minutos cada día, tenía temor de que el ambiente terminara primero con el libro que él. El vil traidor Lope de Aguirre levantó el rostro del libro y se puso a pensar. Ursúa ya no era un problema y Don Fernando debería estar, en ese mismo instante, rascándose las pelotas o echándose una siesta en la hamaca, en ambos casos, irremisiblemente entregado a sus ensueños de gloria, riqueza y poder. ¿O será que lo acosaban fantasmas de traición, castigo o muerte? eso no lo sabemos… sabemos que el cruel tirano vio a Pedrarias de Almesto pasando por su lado, con la armadura que le quedaba grande y dentro de la que se movía torpemente; la espada, también grande, con la punta arrastraba tierra del suelo.  El peregrino  Lope de Aguirre se asombró. ¿Pedrarias de armadura? Tendrá miedo el pobre. ¿De los indios o de nosotros? De nosotros. Y le silbó y gritó después: “hey Pedrarias, vení”. Y Pedrarias fue donde él estaba. “De ahora en adelante vos sos mi secretario y tu primera tarea es leerme un ratico este libro hasta que me quede dormido acá contra este roble. Pero primero, entregame la espada, que yo la agarro acá bien. La armadura dejátela, aunque no te deje ver casi y aunque te sintás incómodo, y te dé calor, y no te podás sentar a tu placer. Así vas viendo lo que es ser un soldado, un conquistador”. Pedrarias, obediente y sin decir palabra le entregó la espada y tomó el libro. Y empezó a leer. Casi al instante,  el cruelísimo tirano, con una sonrisa poco más que imperceptible, se quedó dormido, y hasta roncó, disfrutando del sueño balsámico que suele embargar a los tiranos y, en ocasiones, a los lectores de Cervantes.

Envigado, Enero 3 de 2011