miércoles, 29 de septiembre de 2010

Aventura del Doctor Freud

El doctor Freud no tuvo necesidad de empujar la puerta de marco de madera y chapa dorada que servía de acceso al lobby del hotel, pues ni bien iba a empezar el ademán de empujarla, el botones, con su impecable uniforme blanco, rojo y negro, se le adelantó y la mantuvo abierta esperando que pasasen él y su acompañante. En este momento los tres cruzaron miradas: el doctor Freud, girando su cuerpo noventa grados (1), estiró su mano hacia la pelirroja que estaba detrás suyo y mirándola a los ojos, la invitó a trasponer el umbral. La pelirroja, mirando fijamente al Doctor Freud con una expresión ambigua en su rostro, como si estuviera conteniendo algo (2), lo adelantó y antes de entrar, mandó una mirada rápida y adusta al botones norafricano que la miraba sonriente, mostrando ostentoso sus dientes blancos que contrastaban con su tez negra oscura a la tenue luz del crepúsculo (3). Antes de cruzar el umbral, el doctor Freud y el botones también se miraron fijamente. El doctor Freud parpadeó con un solo ojo (4). Una vez adentro todos, el negro se apresuró a adelantarse hasta la recepción y pidió la llave de la habitación del doctor Freud (5). Atravesaron un corredor lúgubre, el negro a la vanguardia con un candelabro de siete velas encendidas, el doctor Freud a la retaguardia y la pelirroja, vacilante, en el medio (6). El negro hizo girar la llave (7), abrió la habitación, y sonriente, a la luz de las velas, los invitó silencioso a entrar. Ellos entraron. Cuando estuvieron adentro, el negro entró también y puso el candelabro en una de las pequeñas mesas (8). El doctor Freud se quedó absorto una veintena de segundos, mirando al vacío. Luego pareció reaccionar, y como saliendo de cierta perturbación, sacudió su cabeza (9). El doctor Freud, sin decir nada, cerró la puerta y fue sacando con su mano izquierda un pequeño papel doblado que tenía en su elegante abrigo (10). Lo desdobló y con una pequeña navaja que también sacó del mismo bolsillo, empezó a pulverizar, absorto, una pequeña roca blanca que había en el papel doblado (11). Se sentó, en el sofá, al lado de la pelirroja, que empezó a moverse inquieta (12). El doctor Freud acercó un pequeño morrito del polvo en la punta de su navaja a su fosa nasal izquierda. Aspiró con ruido. Luego otro morrito a su fosa derecha. Aspiró nuevamente. Con un nuevo morrito invitó a la pelirroja a acercarse (13), cosa que la pelirroja hizo con presteza no sin dejar traslucir un gesto de preocupación (14). La operación se repitió unas cuantas veces, siempre la punta de la navaja con su pequeña carga de polvo blanco, como sal. Cuando consideró que ya se había logrado el efecto buscado (15), puso la navajita y el papel en la mesa del centro y empezó a desvestirse. Los dedos le temblaban, ansiosos, mientras desabrochaba los botones de su abrigo, su chaleco, su camisa, su pantalón. Cuando estaba completamente desnudo, miró a la pelirroja, que solo se había quitado los interiores y lo miraba desde el sofá, sonriendo, con las piernas abiertas, mostrándole su sexo. La boca del doctor Freud empezó a moverse incontrolable, rechinando los dientes. Se acercó a la pelirroja, la agarró de una mano, y con un fuerte tirón la aventó al piso (16). La pelirroja, con un chillidito, cayó al suelo en cuatro patas, y el doctor Freud le levantó la falda. Miró con regocijo los dos agujeros. En menos de lo que canta un gallo, tomó su pequeña verga psicoanalítica y se la clavó con una violencia insospechada en un viejo como él por el agujero marrón, mientras gritaba con desenfreno

- Así es que les gusta a ustedes... así era que le gustaba a mi mamá.

Unos pocos segundos después, entre los sollozos de la pelirroja, se escuchó el gemidito quedo y orgásmico del doctor Freud, quien se puso a llorar inmediatamente. Fue entonces cuando volvió a aparecer el botones, con su verga negra y descomunal, que el doctor Freud tomó con cariño entre sus manos y empezó a besar, acariciar y chupar con desenfreno, con desespero, y entre una y otra chupada apenas alcanzaba a decir:
 - Mami, mami, cuánto te extrañé… papi, papi, perdóname

Al fin la leche llenó su boca y él se la tragó toda, satisfecho; y el doctor Freud se quedó dormido en el suelo, soñando que se interpretaba los sueños.

 (1) El doctor Freud pensó que aunque era anormal, era un ángulo simbólicamente asociable a una erección poderosa siempre y cuando su punto de partida fuera una línea horizontal.
  (2)El doctor Freud pensó que tal vez tenía una fijación en la etapa anal.
  (3)El doctor Freud pensó que tal vez en la infancia del norafricano había una carencia en la relación con lo materno, o alguna patológica fascinación con las mujeres de cabello rojo seguramente relacionada con la violencia innata de los negros y su gusto por la sangre.
  (4)El doctor Freud pensó que el negro todavía vivía en los tiempo oscuros del fetichismo
  (5)Sin poder evitar pensar que ese doctor Freud era un corrompido: era la tercera vez en cuatro noches que el doctor llegaba de sus reuniones aristocráticas acompañado por una dama diferente y le guiñaba un ojo antes de entrar al lobby del hotel.
  (6)El doctor Freud pensó que ese desplazamiento por el corredor oscuro podía ponerse en relación, en alguno de sus trabajos, con el primer trauma de todo ser humano: nacer
  (7)El doctor  Freud pensó que no sabía qué pensar y se le hizo extraño que no estuviera su súper-yo gritando enloquecido, recriminándole su falta de análisis.
  (8)El doctor Freud, mirando el candelabro de las siete velas, recordó que era judío y se dijo a sí mismo que odiaba a su padre, e imaginó matándolo de un golpe en la cabeza con el candelabro. También vio la sangre esparcirse por el suelo de madera.
  (9)La pelirroja pensó que era un hombre brillante a pesar de ser un maldito loco, y comenzó a excitarse.
  (10)Obviamente interrogándose qué tenían que ver estos actos con la pulsión de muerte.
  (11)Aparentemente sin pensar en nada más.
  (12)“¿Será ese su famoso anestésico?”, pensó la pelirroja.
  (13)“A ver si así dejás de reprimirte”, pensó el doctor Freud.
  (14)“Este viejo se las trae”, pensó la pelirroja.
  (15)Pensó el doctor Freud: “esta pelirroja ya está con la cara colorada. Ahora sí vamos a quitarle la histeria a esta perra aburguesada”.
  (16)Pensó en ese momento el doctor Freud que somos animales y por tanto la violencia y el sexo siempre estarán unidos. Eso ya lo había comprobado en sus trabajos… solo le estaba dando vía libre.


Bs As agosto 4 de 2010