martes, 26 de enero de 2010

Debajo del árbol de pomas


Ahí, debajo del árbol de pomas, te sientes como un figurín más, insertado por una voluntad desconocida y poderosa dentro del tejido denso y gigantesco de la selva, donde el verde, el negro y el marrón se mezclan en tan diversos tonos y matices que crean la sensación de una policromía pasmosa y desconcertante, que tiene poco de real pues sólo por aquí y por allá aparece el rojo de una flor, el amarillo de un fruto o una mariposa, el azul de algún pájaro.

Tu ojo está más atento de lo usual pues te han dicho con fuerte voz de mando que el enemigo está cerca. Cualquier movimiento en las ramas de los árboles y hasta el menor chasquido en la hojarasca que tapiza el suelo te hacen levantar tu arma cargada y sin seguro, y apuntar. Pero no llegas a disparar porque al final siempre ves al pájaro o al roedor, o las cosas movidas por el viento, y tu dedo se relaja. Además, sabes que Giraldo está por regresar. Estaba ahí contigo hace algunos minutos, fumando, a sabiendas de que es peligroso. Pronto aparecerá por entre los matorrales. Fumar siempre le da ganas de cagar. Sonríes, pensando en sus ocasionales estreñimientos y te tranquilizas pensando que eso explica su tardanza. Recuestas tu espalda contra el tronco liso del árbol de pomas y te sientes muy cansado. Piensas en las largas y copiosas horas que llevas apostado allí, vigilando que el acechante enemigo no se acerque al campamento donde están tus compañeros y tus superiores.

Varias ardillas alborotan en la copa del árbol de pomas, persiguiéndose a velocidades asombrosas, y con sus movimientos hacen que se precipiten a tierra algunos frutos maduros (amarillos con pequeñas zonas rosas) que producen un agradable chasquido al chocar contra el suelo, como una acolchada explosión en miniatura. Es un sonido que conoces bien, desde que eras niño y subías a los árboles de pomas del vecindario a llenar bolsas con tus amigos y a atiborrar tu pansa de golosinas gratis. Tu boca pastosa, atizada por tus recuerdos infantiles y agobiada por la sed, te pide con un grito silencioso que des dos pasos, te agaches, y recojas alguno de los varios frutos que cayeron y que, redondos, prometen su jugosa recompensa. Pero piensas que no debes hacerlo, tienes que estar pendiente de cualquier movimiento que pueda indicar la presencia del enemigo. Miras las pomas y piensas que no es tan grave, a lo sumo unos diez segundos, después de los cuales estarás en guardia nuevamente, y por cosas que no te alcanzas a explicar, recuerdas los sermones del cura del barrio, que hablaba del libre albedrío, aquel don que Midios había entregado a la humanidad y que la diferenciaba de todos los otros animales; te acuerdas también de la historia del desierto en la que El Maligno tentó al Señor pero no pudo vencerlo. Porque el Hijo de Dios tenía sed -y seguramente la boca pastosa (¿o tal vez no?)-, pero no desfalleció y venció todas las tentaciones. Te preguntas por qué es malo tener sed y solo se te ocurre que la sed constituye una debilidad.

Las ardillas continúan correteándose en lo alto del árbol de pomas, y en ocasiones saltan a los otros árboles. Tu mirada se alterna entre la selva circundante y las pomas amarillas que se te ofrecen desde el suelo. Aunque lo habías notado casi desde que llegaste allí, sólo ahora le prestas atención al olor que hay debajo de este árbol, a fruta dulce, madura, porque junto con las amarillas y limpias recién caídas, hay otras pomas ya más desgastadas, un poco más marrones que, aún en descomposición, perfuman el aire con un agradable olor que te evoca un sentimiento impreciso de niñez. Ya vencido decides agacharte a recoger un par y cuando das dos pasos, el sonido de una rama que se quiebra te sobresalta. Viene de un lugar al frente tuyo. Levantas tu arma, el dedo en el gatillo. Tu corazón se acelera: esa no es la dirección por la que debe retornar Giraldo después de cumplida su misión escatológica… y eso sonó a animal grande, a humano, a enemigo. Cientos de imágenes desfilan frente a tus ojos, algunas que has visto, algunas que has creado pintadas con las palabras de las historias de otros. Degüellos, balazos, mutilaciones, cautividad, vejámenes… también medallas, no lo niegues.

Te agachas, sin dejar de apuntar, y cubres parte de tu cuerpo tras el árbol de pomas. Ahora sí que no puedes tomar una de las frutas del suelo. Sientes que tus pensamientos de hace un momento eran bastante extraños y preocupantes, como si fuera una prueba, una tentación de El Diablo, que intenta perderte y entregarte descuidado al enemigo. Te preguntas dónde está Giraldo y piensas que corre grave peligro, por ahí, con los pantalones abajo, con su culo blanco alumbrando entre la manigua sin las ventajas del uniforme camuflado, que imita el tejido de verdes, negros y marrones de la selva. Te perturbas a ti mismo un poco más, imaginando las inconcebibles cosas malas que le pueden pasar a Giraldo si lo encuentra el enemigo. Tratas de mantener la calma, aunque la punta de tu fusil empieza a temblar un poco. Un nuevo crujido de madera, pero más suave. Una silueta difusa se mueve adelante, abriéndose paso entre arbustos y lianas en actitud acechante, alerta. Distingues el fusil. El corazón te golpea en las sienes y te agobia su estruendo. De pronto, cuando estás apunto de accionar el gatillo y de disparar tu proyectil mortal cargado de miedo, reconoces algo en el andar de la figura, cierta postura familiar… es Giraldo, que viene avanzando hacia ti con cautela. Cuando se acerca, en su mueca preocupada puedes leer que está apenado por no haber sido discreto al caminar en un lugar tan peligroso. Te relajas, te agachas, agarras una poma, y mientras la muerdes y sientes su sabor dulce y la sensación refrescante que invade tu boca pastosa, no puedes evitar pensar que esa mariguana de Giraldo es muy fuerte y siempre te pone paranoico.

Bs As, Enero 25 de 2010.



2 comentarios:

  1. ¡Qué bien! Maldito y Bendito Giraldo. Y qué marihuana tan buena la del escritor.

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  2. Será de la paraguaya o qué...

    Muy bueno parce, entiende uno al final por qué esas asociaciones tan raras las de la memoria del soldadito, religión, niñez, paranoia y un fusil... coctel peligrosísimo.

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