miércoles, 16 de septiembre de 2009

Teoría




Mientras sus dedos indecisos oprimen casi con delicadeza las letras dibujadas sobre el teclado, y mientras en el fondo claro de la pantalla se van formando, oscuras, las palabras, él puede verse caminando por la calle, con paso decidido, rumiando en sus pensamientos las causas y consecuencias del agravio; y puede ver a las personas que a su paso, indiferentes, le echan una mirada perdida, enmarcada por arrugas y expresiones hoscas y ausentes, fieles reflejos de sí mismo, que tiene el pensamiento en otra parte, pues él no puede parar de pensar en aquel individuo mezquino, amoral, que pretende obtener beneficio y lucro a costa de su propia persona, de su integridad física y psicológica, que quiere entregarlo desnudo ante la mirada severa y mordaz, pero a la vez ingenua y embrutecida, de sus congéneres, agrupándolo junto a personajes de la peor calaña, mientras él, el injuriador, planea desde ya cómo sonreír ante las cámaras, cómo modular su voz y cómo controlar sus ademanes para poder producir la imagen que desea dar a su público.

Se ve a sí mismo, frente a la puerta del hogar del injuriador y puede sentir cómo su mano tantea para descubrir la cacha del cuchillo oculto entre su ropa, y alcanza a sentir que la cobardía es una opción, pero decidido, saca esa llave que de una manera casi mágica puso la vida entre sus manos, y con movimientos suaves, abre la puerta, camina silencioso por el corredor oscuro mientras saca el cuchillo (que no produce ningún destello), hasta llegar a la habitación del fondo, donde imagina que se encuentra el motivo de su visita: levanta la mano, todavía indeciso entre clavar o cortar; será el cuchillo el que decida en el último momento, cuando él se abalanza sobre esa cabeza que no se entera de lo que está pasando, que absorta mirando esa pantalla brillante no se percata que detrás está su enemigo mortal, y él se ve enterrando el cuchillo en el cuello de aquel hombre vulgar que mientras por su cuello salen torrentes de sangre espesa, lo mira casi sin sorpresa, y entonces él se reconoce a sí mismo echando sangre, con un cuchillo clavado en el cuello, y mientras uno suspira aliviado, el otro expira para terminar su agonía, y los dos son el mismo. ¡Ha muerto el tirano!

Bs As Sept. 16 de 2009.

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